Las paredes blancas y agrietadas dibujaban árboles secos y arterias rotas como cicatrices sobre el pálido lienzo de pintura, trazos incompletos y ahuecados que a cada susurro del viento se desprenden cual tenue hoja moribunda y restallante. Una ventana entreabierta que da con una pared de cemento, un panorama gris; el único paisaje.
-¿Acaso siempre soy yo el que se equivoca?
-No se puede pecar de no conocer nuestros propios errores,
pues de por sí, eso ya es un error.
Las cenizas caían como la lluvia de verano, siluetas negras que bordean la espléndida luna y se acumulan alfombrando el piso. Hay fuego, hay humo, pero nadie puede verlo. Una camisa blanca agujereada por las palabras más punzantes, tela que se drena sobre la cama, se desangra, sufre. La reja oxidada y abollada vio a tanta gente pasar como tantos pies le han golpeado, vio a tanta gente pasar como tantos ojos le han ignorado, ya no más, se ha cerrado con varios candados. Un aroma dulce, incienso, si, invade la habitación, pero no es aquí, no viene de aquí, no pertenece aquí, no pertenece a esta habitación. Los susurros se apilan sobre escaparates del tiempo, siempre se ofrecen en días así. Etiquetas. Sonidos rotos y palabras muertas.
Las estrellas dibujaban los lunares de una piel que no creía recordar, una piel que nunca llegó a tocar, a rasguñar. Siguió calle abajo con las manos en los bolsillos, con una sonrisa burlona, siguió calle abajo donde las sirenas ya no se escuchaban, muy lejos de donde manaban sus rugidos. El único sonido que penetraba el silencio y la oscuridad era la risa que brotada de las grutas de su garganta, trataba de enmudecer, de retenerla. Tenía su gracia, esta noche no lloverá.
Comentarios
Publicar un comentario