Caricias futuras


Encendió la estufa, la llama azul iluminaba humildemente toda la cocina, aún los tenues rayos del sol no atravesaban las cortinas mostaza. Pero sabía que se demoraba cocinando y quería prepararle el desayuno. Solía tener esa clase de detalles con ella, le gustaba hacerlo y a ella le gustaba que lo hiciera, tal vez era predecible, pero en el fondo le tomaba un poco por sorpresa. Había cortado unas cuantas frutas, un poco de pan y había hecho el café como a ambos les gustaba. Tal vez el mundo nunca se detuviera, por lo menos no de la forma más textual, pero él sentía que era posible cada vez que la miraba a los ojos. Ella estaba aún recostada, el cabello oscuro sobre el rostro se deslizaba sutilmente con cada respiración y dejaba al descubierto ese par de ojos cerrados tan dulces y tiernos que a él se le dibujó una sonrisa con la facilidad que solo ella podía generarle. Sus piernas desnudas se asomaban por entre la cobija de terciopelo carmesí, esa piel que tanto le gustaba recorrerla a besos suavemente, por todos sus lunares, por toda su silueta, recorrerla hasta el último rincón. Dejó los platos sobre la mesita de madera al costado de la cama, allí, al lado de una botella de vidrio azul con un ramo de rosas blancas, de un par de libros sin terminar y una libreta de apuntes donde ella solía escribir sus sueños más lúcidos. De pronto, el cuarto se lleno de diferentes aromas, diferentes matices, el olor del café, de su piel, de las rosas, de las manzanas, de las mandarinas, del mango y del resto de las frutas. Se sentó en el borde de la cama, tomó su mano derecha, esa donde ella tenía el anillo, esa que había sostenido toda la noche como solía hacerlo al dormir, entrelazo sus dedos con los suyos y la acarició con el pulgar. Se inclinó un poco y con toda la suavidad del mundo se dirigió a despertarla con un beso. Ella se despertó antes y ambos se miraron a los ojos sonriendo. Se robaron unos cuantos besos, caricias y demás.

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