...El pavimento reflejaba las luces sepia de las calles, seguía lloviendo, tan solo se escuchaban sus lentas pisadas sobre los ligeros charcos de agua, no tenía prisa, nunca la tuvo, siempre había sido paciente con los caprichos de la vida. No había nadie en las calles, estaban vacías, de pronto esa sensación la interiorizó, se sintió vacío también. Sus pies se hundieron en un pozo de agua corrompida, turbia, sucia, oscura. Había una cajetilla de cigarrillos mentolados aplastada flotando junto con una lata de refresco de uva un tanto deformada, quizás alguien la había pateado con fuerza. Se sentó en el andén, la lluvia seguía cayendo, pero aunque se escuchaba fuertemente, era fácil de ignorar. Su abrigo, su camisa y toda su ropa estaban húmedas, sintió que pesaba más de lo normal, pero siguió allí, sentado, había dejado de sentir las gotas rozar su piel, había dejado de ver cómo las gotas de lluvia se mezclaban con las luces y brillaban como estrellas fugaces, había dejado de sentir que estaba siquiera allí, no, lo sabía y lo sentía, pero era en lo único en lo que pensaba, en que quería dejar de sentir su propia existencia, quería dejarse caer entre esa mugrienta calle y no levantarse nunca más, en fundirse con la lluvia, cual azúcar se disuelve con el agua, en convertirse en una de esas fugaces estrellas que nadie contempla más de dos veces, en darle un sentido aún más inútil a su muerte de lo que su propia vida la habría tenido entre todas las posibilidades. La lluvia aumento y de pronto, como un suspiro, hubo un apagón, y su débil sombra término por camuflarse entre toda la penumbra ensordecida por la tempestad.
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