Ella y su sombrilla...

Le conocí de la forma más curiosa, era como un personaje sacado de un viejo libro, de esos que se apilan sobre el armario o bajo la cama, fue como si se hubiese vertido una gota de algún elixir mágico sobre una de sus páginas amarillentas, dobladas y rayadas de innumerables frases y de pronto el personaje más extravagante cobrara vida. Hablábamos de asesinatos, de dulces y tonterías que nos hacían mucha gracia. Siempre me llamó la atención verla, como quien ve a un gato comportarse, siempre tan curioso, tan agradable, siempre hay algo que ver, siempre con una historia detrás. Y allí estaba ella, bajo la lluvia, con su cabello suelto y rizado, vestida de negro, con su sombrilla extendida y mirando ligeramente a las luces de la calle con sus lentes un poco empañados evitando mi mirada. Rara vez le veía sonreír, pero por alguna razón, en los momentos en que lo hacía, me parecía de lo más bello, más aún cuando lo hacía con los ojos cerrados, como quien espera un beso o una caricia entre el frío de la lluvia. Nunca divise lo profundo que llegaría su mirada a mi corazón. Nunca imaginé que alguien me brindaría una mirada así o que tan siquiera merecía el cariño que me transmitían sus palabras y sus bromas. No podía contener las ganas de abrazarle de vez en cuando, aún cuando para mí esas muestras de afecto carecían de sentido, no me gustaba abrazar ni que me abrazaran, porque le había regalado esas muestras de afecto a personas que no lo merecían. Pero con ella era diferente. Porque se convirtió en una necesidad y en un gusto abrazarla, verla, molestarla, sentir la calidez de su mirada, la ternura y sinceridad de su sonrisa. Podía ver más cosas en su mirada, vi una persona valiente, organizada, admirable, con más confianza de la que alguna vez contemplé, pero también vi tristeza e impotencia. Y lo entendí. Siempre he querido que nada perturbe esa sonrisa, que nada perturbe esa alma, que por algún momento uno de esos abrazos pudiera llegar tan profundo que le pudiera abrazar esa alma cansada y fragmentada, brindarle lo mejor que tengo para que pueda reponerse completamente. Siempre he disfrutado el compartir sonrisas y felicidad con ella. Así como la idea de compartir un futuro juntos. Recuerdo cuando le regalé una flor de ajo, un tanto extravagante, pero el mensaje era significativo, antiguamente se usaba para alejar lo negativo y atraer todo lo positivo, ese era el mensaje de esa flor que tarda mucho en secarse. Ni un jardín lleno de las flores más bellas serían suficientes para expresarle lo que siento, pero me gustaría tener toda una vida para demostrarselo constantemente.

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