He estado tan ausente de mi propia vida como un carnicero que desconoce el origen de la carne, como un barco suicida deslizándose sobre témpanos de hielo. Suelo sentirme como un extraño en mi familia, somos como muros de piel y hueso, como islas demasiado alejadas, quizás yo más que ellos, tan ajeno a todo. Creo que lo entendí en un sueño a mitad de la noche, en realidad a la madrugada, me acosté tarde aquella vez. Hay partes que no recuerdo, tal vez las omita o las cambie, comenzaba así; me encontraba frente a una gran montaña café de una roca muy dura y áspera. Al pie de la montaña se hallaba una cueva a la cual me iba adentrando, de pronto me topaba con puerta de madera que compartía el mismo color, le seguía un pasillo de piedra y de pronto aparecía una reja de metal, también se abrió y al frente me topaba con un galpón grande, de dos pisos, era de madera y tenia malla de acero, adentro había paja seca, amarilla y otros objetos de madera y metal. Entré allí y vi que todo el piso del galpón se hallaba tapizado con carne de pollo, pechugas crudas cubrían mis pies, mi gato se encontraba por allí, pero no le apetecía ningún pedazo de carne. Esa cueva se comunicaba entonces con mi casa. Había una multitud de personas, como si estuviese en una fiesta de lo más extraña, no reconocía a nadie, todos se veían tan borrosos y ajenos. Solo reconocí a alguien; a mi hermana. La hermana con la que rara vez suelo cruzar palabras. Hay una distancia tan grande entre todos nosotros, como erizos que no tratan de tocarse, pero que al final terminan heridos de todas formas, de una forma tan inútil. Terminamos huyendo, negando, callando todo ¿para qué? ¿para no herir? el silencio también hiere, no tomar una decisión por miedo también hiere. El dolor es un compañero tan amargo, como la culpa que siempre se hace tan presente en nuestro presente.
Comentarios
Publicar un comentario