Otro día...-

Aún quedaba un poco de miel en el fondo de la taza de porcelana blanca, así que vertió un poco de agua y la removió con una pequeña cuchara mientras contemplaba cómo entraba tímidamente un poco de luz por la ventana del segundo piso. El cielo estaba despejado, casi no habían nubes, parecían pequeñas motas de lana arrojadas sobre una acuarela que recordaba el fondo de una piscina, de esas que tienen baldosas tan lisas, tan brillantes y azules. La cuarentena aún no terminaba y se sentía un aura de desesperanza en el ambiente. Se escuchaba la melodía triste y desafinada de una flauta, lo cual lo hacía más desalentador pero también un tanto cómico, como un chiste de esos que se hacen en los funerales. El hijo de su vecino nunca había aprendido a tocar bien la flauta y lo hacía cuando se encontraba demasiado aburrido. Hizo algo de ejercicio para despejar la mente, tosió, tal vez se estaba volviendo paranoico al pensar que podría estar enfermo y contagiar a los demás. Solía recordar la calidez de sus manos y el sonido de su risa, de su voz, de su mirada y de sus labios. La extrañaba, parecía un fin de semana demasiado largo, en el fondo sabia que podía soportarlo, pero se sentía como una aguja en la espalda que llega tan profundo al alma, esa alma hambrienta de su presencia, la imaginaba, la soñaba, la añoraba. Los recuerdos los atesoraba completamente, los revivía constantemente y sonreía recordándolos, le ayudaban a sobrellevar la distancia, pero que sin dudarlo estaría dispuesto a cambiarlos por verla de nuevo, por besarla, por sentir su aroma y sentir el tacto de su piel, de ver sus reacciones, de tomar esas manos que le agradaba tanto entrelazar con las suyas al caminar o al hacer el amor. Solo quería que todo pasara tan rápido que como otras veces, no se sintiera tan abruptamente la  crudeza del tiempo o que por lo menos, fuera más fácil esperar sabiendo cada día que quedaba un poquito menos para verla de nuevo y perderse en la mar de caricias y esos ojitos tan dulces una vez más.