Subió las escaleras rápidamente, el lugar estaba vacío y sus pisadas eran el único eco. Su respiración estaba agitada, había corrido con todas sus fuerzas desde muy lejos, pero había sido en vano, sus pensamientos y su dolor también le habían seguido como virutas de hierro que se anclan a un imán. El día estaba nublado, probablemente empezaría a llover más tarde, pues las nubes oscuras comenzaban a posarse sobre el horizonte, tal vez atraídas también, llamadas, invocadas.
Minutos antes ella había revelado sus emociones, su verdadero sentir. Tan desgraciado como un dios olvidado, abandonado y sin lugar al cual ir, como un templo de arena tan armónico pero que con la más leve caricia rencorosa se desencadena su desdén y procede a desmoronarse como todo su espíritu, su sonrisa se desprendío de su rostro, como algo que nunca debió estar allí, algo tan innecesario y ajeno. Cada vez que se veía reflejado en sus ojos, entendía sus razones para odiarle y querer alejarse de él. Los errores se hacen más palpables desde el cristal correcto y las semillas del mal germinan tan rápido que el fruto no tarda en pudrirse entre su piel almíbar.
Siempre hay una gran diferencia en hacer lo correcto y hacer lo que uno considera correcto.
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