La Decapitación del Tiempo


Los vecinos seguían martillando en la pared, el molesto sonido llevaba horas, de entre todos los vecinos, ellos eran los más mediocres poniendo cuadros. No quería pensar en nada, quería sentir cómo le invadía el vacío mientras la última botella de vodka terminaba por consumirle. Seguía allí tirado, en esa habitación llena de ventanas, sentía que el techo caería en cualquier momento, lo sentía despedazarse poco a poco, como si tuviese vida y a cada respiro se fuera deshaciendo de sí mismo y que estuviera tan cerca de mutilarse a la mitad sobre él. De pronto, todo color le empezó a parecer igual, solo un matiz distinto de gris, una sensación que hace mucho tiempo atrás había experimentado. El lugar era un desastre, polvo y mugre por todos lados. Tuvo ganas de seguir con el plan, siempre las tuvo, pero ahora eran un poco más. Se sintió como aquella vez, tan ajeno a todo, como alguien ausente en un puente tan distante, donde nadie le iba a esperar en el lugar donde siempre había esperado. Es tan fácil quebrarse en la fragilidad de un silencio. La habitación blanca pasó a ser un gris tenue y pálido, empezó a sentirla más pequeña aprisionándolo poco a poco. Se sintió tan diminuto y tan inútil como una hoja seca a punto de desprenderse sin rumbo, arrebatada por el viento. Una destrucción desde el interior, desmembrándose tanto como todo junto, allá donde huyen las sombras y donde pocas veces se encuentra paz.

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