"Aquello que nos devora la piel se escabulle por entre el alma, nos volvemos criminales de nuestra conciencia sin siquiera saberlo."
El caballo se detuvo en seco sobre el pastizal escarchado por el rocío aquella madrugada. La tierra oscura sobresalía de entre la yerba y las rocas grisáceas, ásperas y afiladas. La carga que llevaba arrastrada había dejado una estela de barro sanguinolento sobre las manchas verdosas y grises de la planicie con vista al mar. Cortó la soga con la que lo arrastraba y con la que había envuelto la gruesa tela carmesí. El sol aún no había salido por completo, pero se alcanzaba a apreciar una mano asomándose por un agujero de la tela, llevaba un anillo dorado en el anular y el dedo meñique se había arrancado y extraviado en el proceso del transporte. Se sentó al lado del cadáver. Frente a las tumbas olvidadas frente al mar. El aroma a sal, el aroma de las lagrimas. La promesa en lecho de muerte. Un enemigo digno reunido ahora con sus secos lazos de sangre. Antes verdugo y ahora una apacible victima de las heridas que infligió, heridas donde la semilla del odio y la venganza logró germinar y compenetrar sus punzantes raíces. Juntos saludaron y despidieron al sol. Le dio sepultura a la par que el ocaso era consumido por el mar y la brisa sacudía la yerba.
¡Espeluznante y encantador!
ResponderEliminarGracias <3
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