Huésped




La mermelada de naranja se estaba escurriendo por el frasco de vidrio traslucido y el cuchillo de mango de nogal seguía sobre la mesa empapando de mermelada el mantel ajedrezado de rojo y amarillo. Se escucho el agua hervir. Coló el café y de pronto ese fue el aroma predominante. Hace un mes que había regresado de la ciudad a un pequeño pueblo a las afueras de ésta, solía hacerlo dos veces al año, una en marzo y otra en octubre, aunque a vece se retrasaba o adelantaba en regresar uno u otro mes. Debido a que había trabajado como jefe de policía de la localidad, la gente le estimaba y lo reconocían en la calle.

La taza blanca sobre la mesa seguía humeado e impregnándolo todo de aroma a café, iba a darle una segunda mordida a una tostada cubierta de mermelada cuando el teléfono interrumpió su rutina. Aunque solían llamarle para saludarlo o para invitarle a almorzar o a beber algún trago, sintió que en esta ocasión era algo diferente. Le informaron acerca de un cadáver que habían encontrado en unos matorrales y si le interesaría asistir para revisarlo, a lo que indudablemente no se negó, pues aunque hace rato lo había dejado, ese trabajo lo hacia sentir menos viejo, además que tenia más experiencia que todo el el cuerpo de policía, pues la mayoría eran novatos en la labor.

Había llovido la noche anterior, así que la tierra se encontraba pantanosa y la humedad en el aire era bastante. El cadáver había sido divisado por un anciano del pueblo, era un japones cuya familia había emigrado hace ya unas cuantas generaciones a causa de la guerra, tenia una granja de champiñones y pasaba por ahí todos los días a eso de las 7:00 de la mañana para vender su cosecha, sin embargo esta vez se detuvo al observar algo extraño sobresaliendo de la yerba.

Parecía ser el cuerpo de una mujer de mediana edad, rubia, con una estatura de 1,62 aproximadamente. Su tez bronceada e hinchada se veía interrumpida por un corte transversal por toda su silueta, habían moretones de diferentes tonos esparcidos por cada 10 centímetros, la piel estaba un tanto despegada de la carne. Al levantar un poco uno de los pliegues de piel, pudieron notar algo bastante desconcertante, miles de huevecillos de cucarachas anidados, algunos ya habían eclosionado y las cucarachas se desplazaban con total libertad, tanto así que algunas cucarachas sobresalían de las cuencas oculares mientras poco a poco los ojos iban desinflándose, las criaturas iban comiéndose su carne desde adentro.

No fue sino hasta después que se consumió su cigarrillo que le dijeron la verdad; no era el primer cuerpo que habían hallado así.





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