Sus colmillos se clavan en la dulce fruta
La piel rojiza es vivazmente triturada
Los centinelas escuchan la pulpa derramarse
Escuchan los lamidos de una lengua sedienta
La palabra prohibida es escuchada
Rugidos sin eco
Tejen un ininteligible enjambre
Se contempla la silueta de lo irreconocible
Una mano se extiende
Hasta rozar el Jacinto florecido
El arrebol se vuelve un gris opaco
No hay silencio
No hay ruido
Los cobardes alzan la mirada
Antes de ver a sus pies
El renacer de la gran duda.
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