Aridez Colindante

 

La imagen de un farol viejo que poco a poco se fundia en un negro profundo, como adentrandose entre la densa maleza o entre las brutales aguas profundas del océano. Mis botas sorteaban el abanicar de la arena embarrada por la humedad, un rumbo intrazable, tanta incertidumbre como el mismísimo César habría sentido al contemplar el futuro de la gran Roma. La fogata completaba el ritual de la lluvia, extinguiéndose al unísono de la brisa, media botella de Whiskey y el estómago vacío. Un abrigo hecho harapos y desprendiéndose a trozos al abrazo de la ventisca, nadie mataría su sombra con tal de tragarse sus lágrimas. La insensatez es un regalo fantástico y tan necesario como un esperanzador charco de agua siempre que no esté corrompida. Y cuando la lluvia se convierte en granizo, no hay forma de detenerse, cuando no hay lugar a donde ir, solía creer que solo quedaba quedarse en ningún sitio, pero poco a poco, comprendí que en realidad solo queda crearse un humilde lugar y continuar. Mis manos quemadas por el frío, mi cuerpo dolorido y mis músculos amarrados con vendajes no daban lugar a movimientos imprevistos, el caminar inconstante de mis pisadas y el sonido del granizo sobre el arenoso barro se tornaban en la sinfonía inconclusa de un autor perezoso. Los oscuros arboles parecían sacados de una pintura de Goya, tan fantasmales como el óleo que se cruza y se deja tragar por la salvaje penumbra escarchada por el agresivo y axfisiante rezumar de las migajas frías que caían sobre sus copas y sobre mi cabeza. La luna imponente y mezquina, dejaba que abundaran las tinieblas mientras se regocijaba entre las amuebladas y aterciopeladas nubes oscuras.

 

 ¿Quíen osa no sentirse destrozado al caer la temible noche? 

 

¿Quíen osa no sentirse frágil ante la incisiva e hiriente alba?

 

...Supongo que el invierno no pasa desapercibido... 

 

 

 


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