Repito el mismo monólogo todas las noches, tratando de organizar mis pensamientos. Mi alma está hambrienta pero no tiene apetito, tiene náuseas, cual fragmentada botella llena a rebosar de vacíos. No hay alimento que me apetezca, no hay descanso que desee ni me complazca, puedo sentir el calor quemándome la piel, pero no alcanza a incinerar mi carne ni a convertir en ceniza mis huesos, el fuego no apaga mis sombras ni el frío las alimenta, solo brotan estáticas con la infinidad de un segundo cuál yerba germinando suavemente entre roca muerta, suspendidas en el inquebrantable silencio. Otro día que mis labios resquebrajados no tocan el agua, otro día más que la melancólica melodía me inunda como el eco de un latido en una gruta submarina, casi mudo pero terriblemente colosal y consistente.
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