Sacó una pequeña caja de metal verde oliva, le había pertenecido alguna vez a su hermano, el cual murió mientras se desempeñaba como militar. Abrió la caja y se escuchó un chirrido de metal ligeramente oxidado, guardaba meticulosamente una gran colección de papel lija, estaban organizadas por el gramaje de abrasión de cada una; eligió tres y las retiró de la caja depositandolas en una pequeña butaca de madera un tanto carcomida por las polillas. El foco sobre la butaca parpadeaba en algunas ocasiones, la luz blanca iluminaba la habitación gris de concreto solido, había solo una puerta verde de metal grueso y oxidado entre esas cuatro paredes. Un sujeto inconsciente yacía atado con cinta adhesiva a una silla de madera. Él movió la butaca para quedar frente a aquel sujeto que poco a poco iba recobrando la conciencia, su boca estaba también sellada con la cinta, ambos se miraron a los ojos con expresiones totalmente distintas el uno del otro, mientras a uno se le esbozaba una sonrisa de burla, al otro se le deformaba el rostro en una expresión horrorizada temiendo lo peor. Entonces, el hombre tomó la primera de las tres lijas con un aire de total calma, era una número 240, una lija de grano muy fino, la dobló un poco y la agarró con fuerza, sabia lo que iba a hacer y quería empezar lo más pronto a disfrutar de ello, estaba ansioso, una carcajada estaba contenida en su garganta, le hacía demasiada gracia lo que haría. El sujeto estaba empezando a sudar frío, estaba inmovil, notó entonces que la mirada del hombre ya no apuntaba a sus ojos, sino a sus manos, ambas estaban pegadas a los brazos de la silla dejando sus dedos extendidos e incapaces de contraerse. El sujeto temblaba intentando concentrarse y escapar de su destino, pero no surtía efecto, el hombre se sentó y empezó a frotar la lija sobre las uñas del dedo índice y pulgar derecho del sujeto, él sintió como se desprendían ligeras migajas de sus uñas, dejándolas lisas, no había sentido dolor, pero si tanto temor y una incomodidad tan atroz como impotente, pues sabía que eso no había culminado aún. El hombre tomó la segunda lija, una un tanto más abrasiva, una de grano 100, era más imponente y a primera vista ya se podía imaginar y sentir lo que le terminaría haciendo con tan solo los primeros roces. El hombre presionó con fuerza la lija sobre las uñas del meñique y anular del sujeto, con los primeros pasos de la lija dejó hendiduras que le hacían templar los dientes, gimiendo de dolor, mientras sobre el polvo de uñas pequeñas burbujas de sangre afloraban como pétalos rojos sobre la nieve, entonces se detuvo tan solo para ver como se retorcia del dolor y de la angustia, el sujeto estaba empapado en sudor, la piel brillante de su rostro estaba pálida, su mirada perdida y temerosa no encontraba consuelo en el calmado rostro de aquel hombre, se puso de pie y se apresuró a ir por el tercer y último papel de lija, uno de grano 12, un grano tosco y grueso, altamente abrasivo, tomó el dedo medio del sujeto y repitió el proceso que ya había hecho antes con los otros dedos, con el primer roce, la uña se destrozó por completo, dejando un semicírculo de su uña descascarada, el sujeto estiró el cuello, se retorció, se contorcionó lo más que pudo pero era incapaz de moverse como deseaba, el hombre continuó con la faena, pero esta vez no pudo contener la carcajada mientras con la lija, le pulía los huesos.
Cuando la sangre goteaba sobre el piso de aquella habitación, las lágrimas de aquel hombre torturado se secaban en el recuerdo de aquellos que con tanta indolencia les hizo sentir el terror de la muerte recorriendo su espalda como una brisa fría de verano.
ResponderEliminar"Y todo fue tan recíproco, experimentó todos los agonicos dolores que una vez contemplo en el preciso momento en el que trató de aceptar su cruel destino, mientras que aquel hombre, con calma y sin prisa, empezaba a sacar más cosas de la caja metálica; unos alfileres, un cortauñas, varsol, puntillas, un martillo y finalmente, una gran tijera de podar..."
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