Era un habitante de un lugar al que no pertenecía, se sentía confusamente miserable, no podía evitar compararse con los demás y recriminarse sus defectos, lo hacía sentir aún más miserable reconocer ese pensamiento, ver que también al igual que muchas de las personas que conocía solía darse la espalda a sí mismo y pensar que todo lo que hacía era una pérdida de tiempo o que ya de por sí, él era en sí mismo una pérdida de tiempo. Había ruido, había ruido en su mente, el mismo que sentía cuando se cortaba la piel con la furia y frustración apretándole la sien. El sentimiento de desolación le hacía recordar a los erizos, pues él también era uno y que de alguna manera nunca había olvidado cómo empuñar sus espinas.
No era un lector come libros como algunos otros que resultan ser la mar de interesantes y tienen una biblioteca enorme, ni un escritor o algo similar que logra eclipsar a algún corazón bohemio entre línea y línea, no, él era más insignificante, sólo reunía frases, ideas y oraciones conectandolas con una débil sucesión de palabras, a veces carentes de sentido y a veces carentes de emoción, como recortes superficiales de viejas y raídas revistas de los años antiguos.
Ese sentimiento le invadía cuando se sentía más vulnerable, más abandonado, su apetito se iba y aparecían las náuseas, tal vez sentía asco por sí mismo en esos momentos. Mientras caminaba cerca del puente, no podía evitar desear sumergirse en las aguas más oscuras allí donde nadie pudiera verle a los ojos y tratar de reconocerlo como a un humano. No se sentía merecedor del más mínimo aprecio ni de una mirada compasiva, no podía ni quería esperar nada similar, solo debía alzar su cabeza y mirar al frente para que si alguien le viese, pensase que sabía a dónde ir, después de todo, tan solo era eso, un habitante más.
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