Ombligo

 Solía tener pesadillas frecuentemente, tanto así que a veces no solo las soñaba estando dormido sino también despierto, confundiendo así, toda su realidad, pues las sensaciones eran siempre tan reales que no podía diferir de lo real y lo onírico. Aquella noche había soñado algo terrible; soñó que había crecido desde que era un pequeño bebé hasta su actual adultez sin que su ombligo hubiese cicatrizado en alguna ocasión, veía con asombro larvas grises del tamaño y grosor de su meñique manando de entre su ombligo cuando se inclinaba o recostaba en algún lugar, la sangre corrompida y pegajosa caía por su pelvis y su ropa se manchaba con gruesos parches de oscuro y apestoso líquido nauseabundo, sentía el palpitar de millones de aquellos seres bajo su abdomen, tanto así que le daba la impresión de que su piel era cada vez más delgada pues podía vislumbrar sus siluetas zigzagueando por entre su carne mientras al mismo tiempo, estas la devoraban. Se acercó al espejo para contemplar la herida y tratar de pensar en que hacer para matar a los parásitos, se aproximó rápidamente al botiquín del baño mientras tambaleaba de terror y asco sobre las baldosas blancas hasta llegar a la puertecita sobre el lavado, sacó dos frascos de vidrio oscuro y unas pinzas plateadas, uno de los frascos contenía alcohol, así que nuevamente frente al espejo, vertió un chorro del líquido sobre la herida, daba la impresión que la carne sobresalía del agujero de su piel, pero en realidad eran las larvas buscando una forma de respirar, pues se asomaban y entraban nuevamente, parecía que la carne hervía espumosamente, pero que cada burbuja era en realidad la diminuta cabeza de aquellos seres. Al caer el líquido, tanto él como las criaturas sintieron el ardor, las larvas se adentraron entre los túneles de carne dejando un agujero de unos diez centímetros de profundidad entre sus entrañas, así que procedió a llenar el espacio con más alcohol, yodo y algún tipo de producto de limpieza que torpemente encontró tanteando a su alrededor, el agua sanguinolenta se escurría hasta sus pies como gelatina que se empieza a deshacer. De pronto sintió algo más que ardor, pues pudo notar como algo similar a una esfera iba aproximándose nuevamente a la abertura en su ombligo, una esfera de larvas trataban de salir de él, una masa de gusanos del tamaño de sus dos puños juntos empezaba a brotar pero que por el tamaño del agujero les era imposible salir, así que enmudecido por el terror y aunque temblaba, tomó las pinzas con decisión y procedió a sacar cada una de las criaturas atoradas entre su piel, las larvas caían como las hojas secas de un árbol en otoño que tapiza el suelo. Así pasaron los minutos y ya cuando no sintió nada moviéndose en él, frente al espejo observó detenidamente el agujero en su ombligo mientras mantenía su agitada respiración, el agujero de piel maltratada y enrojecida por las heridas le pareció que era más grande y que poco a poco se iba agrandando más, pero dentro de su herida sólo veía la oscuridad de la carne magullada y podrida. Pero cuál fue su sorpresa cuando de entre toda la penumbra, le pareció ver algún movimiento lento y pudo vislumbrar un par de ojos, similares a los de un pulpo que le mantuvieron la mirada hasta que parpadearon y se perdieron entre las sombras de la carne y de pronto a mitad de la madrugada, despertó aterrorizado de aquella horrible pesadilla y ya no pudo dormir nunca más.

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