Aridez etérea (3-3 manchas)



De su garganta brotan 

las ramas secas de un arbusto

sin hojas y sin flores,

vástagos adornados 

solo por espinas 

y un fruto carbonizado 

que se deshace

entre sus tiznadas manos.

Hijo de la ceniza,

ha perdido su sombra

ante la gran cumbre,

el hollín se impregna

en las noches de la luna ausente, 

sus pies tropiezan enredados 

entre las corrompidas raíces 

de la maldad primitiva. 

Está en el lugar al que todos llegamos

y llegaremos nuevamente. 

Los hongos se hunden

en el pantano

bajo sus pesadas huellas.

Un grasiento rocío 

se adhiere a las heridas

de su piel 

y el hedor no se hace esperar.

En sus ojos se refleja nuestro vacío

mas no el suyo propio.

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